08 junio 2010

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Jóvenes, ¿una Opción?


La tercer Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en Puebla en el año 1979 no sólo ratificó la opción por los pobres hecha en Medellín, en 1968, sino que además agregó una nueva opción que definiría el quehacer pastoral del continente: Los jóvenes.

Basta decir de la primera que, La opción por los pobres es el esfuerzo por comprender que estos sujetos son el contrapeso hermenéutico de la realidad donde Dios se manifiesta, habla y sufre. Se comprendió la pobreza, de estos pobres concretos, como categoría teológica, es decir como lugar desde el cual se puede hablar en nombre de Dios, lugar donde se descubre a Dios. La pobreza es entendida como un estado de vida provocado que lleva intrínsecamente la injusticia, la marginación, la reducción del hombre a lo no-humano; estos elementos son llamados con mucha fuerza Pecado, que es totalmente contrario a la voluntad de Dios. Así, si la iglesia, continuadora de la obra de Jesús, quiere ser fiel a su Señor debe optar por los que él optó primero. De este modo la opción muy particular de la Iglesia latinoamericana se vuelve opción universal para la totalidad de la Iglesia.

Por otra parte, La opción por los jóvenes es el esfuerzo por comprender que la Iglesia sólo tiene futuro en la medida que ese futuro es asegurado en aquellos que lo vivirán. Pero no es un futuro idealista, carente de realidad, es aquel que ya está potencialmente en nuestros jóvenes de hoy.

Más de treinta años han pasado de haberse celebrado Puebla, valdría la pena la pregunta ¿Qué de aquella opción por los jóvenes? ¿Dónde está el accionar de la iglesia en favor de este sector que se supone garantiza el ardor del Espíritu en la historia?

Muchas políticas de juventud han nacido, reducidas a meros documentos bien elaborados que no tienen el impacto querido en la realidad. Muchos tratados se han escrito sobre juventud, pero los jóvenes siguen siendo los ignorados, marginados e incomprendidos; muchos planes pastorales se han diseñado, pero nuestros templos, predios parroquiales y comunidades siguen teniendo un gran ausente: los jóvenes y su juventud. Escandaloso es esto en un Continente donde más de la mayoría de sus habitantes son jóvenes, que prefieren otro tipo de actividades que las eclesiales, que buscan el sentido de su vida en lo superficialidad de una dinámica consumista más que en la auténtica libertad que nos regala la vida de fe; que desean ser felices sin Dios, porque para ellos ni la Iglesia, ni la fe, ni Dios les dice nada nuevo.

Entonces, ¿Qué implica una opción real por la juventud? Lo que a continuación escribo no pretende ser un recetario, sino sólo la enumeración de elementos que en el trabajo de una década con ellos me ha dado.

“Conocerles es entenderles, entenderles es amarles.”

Cuántas páginas llenan los libros “especializados” que hablan de cómo hacer una “buena” Pastoral Juvenil. Todos hablan de sus compartimientos, de sus procesos evolutivos de crecimientos, de sus cambios físicos, psicológicos y emocionales, de sus energías y potenciales, etc. Todos hablan de los jóvenes. Sin negar la bondad de estos libros y las pistas que nos ofrecen para la comprensión del mundo juvenil, los encargados de la Pastoral Juvenil suelen olvidar que es mucho más importante hablar con los jóvenes. Entrar en su realidad, compartir con ellos, vivir con ellos, dialogar sin juzgar, sin que eso excluya el cuestionar.

El primer momento de una Pastoral Juvenil no es el diseño de grandes planes de formación, que muchas veces se quedan en buenos objetivos, en buenas intenciones, en buenos presupuestos; éstos no son sino sólo la explicitación escrita de un momento anterior mucho más importante. El primer momento, entonces, es conocerles, porque sólo en la media en que se les conoce más profundamente se les entenderá más profundamente; es decir que se comprenderá el porqué de ciertos comportamientos, porqué de sus dudas y preguntas, porqué de sus miedos y aspiraciones, en fin sólo así se les amará en serio; y el amor buscará siempre el mejor y mayor beneficio para el amado. San Juan de la Cruz dirá: “que el amor asemeja al amante con el amado”.

No resultan extrañas las siguientes preguntas de los animadores de Pastoral Juvenil: ¿Qué temática tratamos en esta reunión? ¿De qué les hablamos? ¿Qué libro podemos utilizar para los temas? Cuando estas preguntas aparecen y se dan como preocupantes, es que entonces se han alejado de ellos, ya no los conocen y sólo quieren “formarlos”, direccionarlos, “enseñarles”... Han olvidado que son ellos los que nos enseñan cómo tratarles. Han olvidado que lo primero es caminar con ellos, hacerles preguntas, dejarlos que nos hablen, que nos compartan su vida, como lo hizo Jesús con los discípulos de Emaús: para que sólo al final, al partir el pan, compartiendo lo vital y esencial, se revela el Misterio que se da como Don y como tal es recibido, dejándolos inquietos yendo en busca de la comunidad.

“Soy joven, ustedes ancianos, por eso tenía miedo de hablar...” (Job 32, 6)

Otro elemento muchas veces olvidado por los encargados de la Pastoral Juvenil es el hecho de que los jóvenes tienen voz dentro de sus procesos de maduración. Procuramos tanto darles itinerarios de formación ya diseñados, reuniones grupales prefabricadas, asambleas ya establecidas, actividades pre-pensadas... pero, ¿Cuántas veces se toma en cuenta sus inquietudes, sus necesidades, sus problemas, sus propuestas? Y no me refiero simplemente al preguntarles ¿qué quieren?, esto no tiene nada de pedagógico o educativo, me refiero al verdadero involucramiento en la toma de decisiones, a la consulta seria donde ellos son verdaderos protagonistas, incluso en el error.

Existen una cantidad de grupos juveniles donde educamos a los jóvenes para ser meros receptáculos de ideas preconcebidas; para ser entes pasivos acostumbrados a que otros piensen por ellos; para ser jóvenes mudos en mundo donde se les ha robado su derecho de expresión que clama con ardiente y sincero deseo la coherencia de los adultos; para ser reproductores de un sistema, ideologías y creencias religiosas, más que para ser creativos, propósitivos, innovadores.

Los partidos políticos en la actualidad, por lo menos en El Salvador, poseen sectores de juventud donde más que darles verdaderas espacios de participación donde sus voces son escuchados, son adiestrados, adoctrinados para reproducir los pensamientos del partido, o de los fundadores o dirigentes en turno, y no para refrescarlo, re-crearlo, convertirlo. La Pastoral Juvenil muchas veces cae en el mismo error.

Hay un miedo en nuestros chicos y chicas en expresar sus ideas, temor de ser juzgados por sus “alocadas” ocurrencias, temor a cuestionar porque entonces son tomados como revoltosos e inmaduros, temor a decir lo que piensan y sienten, porque se les ha enseñado que ya todo está dicho. Pero hay un miedo todavía más peligroso: el miedo de las autoridades y de los dirigentes a que los muchachos y muchachas se expresen con libertad, porque bien saben que eso implica tocar “la verdad oficial” que no es otra cosa que “la conservación de una serie de proposiciones ya desfasadas, carentes de actualidad.”

Resuena entonces la voz de Elihú, joven teólogo del libro de job, que es la voz en el silencio de nuestros muchachos: “Los muchos años no hacen sabio a nadie, ni las barbas traen consigo una recta comprensión. Por eso dije: Ahora, que me escuchen, pues yo también tengo algo que decir” (Job 32 9-10)

No les demos a nuestros jóvenes respuestas, propongámosles preguntas...

“Te conocía de oídas, pero hoy te han visto mis ojos...” (Job 42,5)

¿Qué es Dios? Esta es la pregunta filosófica, la búsqueda por el Ente supremo, por el gran Otro, por el Absoluto... sin menospreciar a los grandes filósofos, la pregunta que interesa a los jóvenes es ¿Quién es Dios? Porque esta es la cuestión existencial, no el intento por la definición de la cosa, sino por la relación con la persona.

El joven no quiere definir a Dios, quiere relacionarse con él. Aunque la definición sea inherente, pero esta sólo llega después de la experiencia. Entonces resulta limitante cuando las imágenes que de Dios mostramos son tan lejanas a su campo de comprensión. Le decimos que Dios es Padre, pero es un Padre que le pide todo un “protocolo litúrgico” para entablar diálogo con él. Le decimos que Dios es Amor, pero un amor tan abstracto que no deja de ser mero concepto incapaz de incorporarse en su diario vivir porque se le ama y se ama en la intimidad que individualiza, más que en aquella que personaliza provocando el diálogo. Sin mencionar esas imágenes tergiversadas del Dios que reprime, que obliga, que coarta, con el que se hacen transacciones interesadas... todas estas y muchas más ya no son creídas por nuestros muchachos y muchachas, ya no las aceptan fácilmente, las cuestionan, y con bastante temor. Todas estas y muchas más son enseñadas no sólo con discursos programáticos sino con acciones, que es peor.

Los ambientes de Pastoral Juvenil deben ser un espacio donde se viva la experiencia de Dios, donde Dios pueda ser transparentado en la comunidad misma, donde Dios pueda ser encontrado y vivido. No podemos pretender limitar a Dios en una idea o en un concepto del cual ya no se puede salir. Entonces no es Dios.

He escuchado tantas veces decir a los chicos y chicas que Dios es para ellos su Amigo. Porque un amigo no resuelve la vida, no hace milagros, no necesita cita previa para hablarle. Un amigo acompaña, comprende, calla, habla cuando tiene que hacerlo, exige en la confianza, señala el error porque ama, porque conoce, porque acepta.

¿Es que los jóvenes quieren entonces un Dios alcahuete? Para nada. Quieren y desean conocer al verdadero Dios, al Dios de Jesús, a ese Dios que exige, pero no reprime; que llama, pero no impone; que libera, pero hace responsable, a ese Dios al que puedes saborear más que saber.

“Testigos más que predicadores”

Un último dato que la experiencia da al estar con los chicos es el reclamo que ellos hacen a la coherencia de los adultos. No es extraño escuchar como los muchachos manifiestan cierta antipatía o displicencia cuando se les habla de Dios, para muchos pareciera que es “una mala palabra”. Pero cuando se ve a fondo se descubre que el problema no es con Dios, son con sus representantes. Es preocupante cuando se comprueba que los más influyentes predicadores que potencian la increencia e indiferencia de nuestros muchachos son los creyentes.

Pablo VI atinaba tanto cuando en la Evangelii Nuntiandi escribía con mucha fuerza: “el mundo necesita más testigos que predicadores, y si les creen a los predicadores es porque son testigos.” La mejor forma de predicar a Dios es siendo su testigo en el mundo, la mejor forma de hacer que nuestros jóvenes crean en Dios es demostrando que vale la pena creer en él, es siendo coherente con aquello que se predica y se hace, es viviendo las exigencias éticas del reino predicado por Jesús.

Existe una crisis de credibilidad por parte de los jóvenes a las instituciones políticas y religiosas, mucho de esto es por la falta de coherencia que se encuentra en el mundo adulto. Hay una crisis de credibilidad a los líderes, podemos decir sin miedo al error que no hay líderes, y que los jóvenes reclaman eso.

Y es mucho más lastimoso cuando la coherencia de los líderes se da más con los dogmas, con la doctrina establecida que una coherencia con las exigencias que nos da la vida de Jesús y la realidad misma.

Ahora es el turno de que ustedes tomen la palabra, mis queridos lectores. No hemos dicho todo, ni pretendemos hacerlo, sino solamente dejar el diálogo abierto... ¿Qué otros elementos hacen falta para hacer de nuestra Pastoral Juvenil una verdadera opción por los jóvenes? ¿Qué puedes agregar a los elementos que hemos planteado?
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09 abril 2010

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La Modernidad vrs. El Reino de Dios.


Introducción.

Basta dar un vistazo rápido a nuestro alrededor para descubrir dos formas de ser humano y sociedad antagónicas que coexisten en una simbiosis peligrosa. Que de ser tratadas sin mayor crítica, podrían ser aceptadas como normales. Me refiero a una forma más individualista frente a otra más solidaria. En la líneas siguientes daremos una breve reflexión sobre ambas, buscando en los acontecimientos históricos aquellos hechos que nos ayuden a comprenderlas mejor.


Las siguientes expresiones son muy comunes: “La sociedad en la que vivimos es egoísta”, “ya nadie piensa en los demás”, “Lo importante es que yo esté bien”. Frente a estas también escuchamos: “La sociedad puede ser diferente, hay signos de solidaridad”, “hay muchas personas que ayudan a otros”, “las cosas pueden cambiar si nos ayudamos entre sí”... Estas son sólo algunas de las expresiones que a diario escuchamos; pero ¿qué hay de fondo en ellas? ¿cuál es el contexto en el que nacen? Un breve recorrido por la historia de la humanidad coloborará en esta empresa.

De la Independencia al Individualismo.

Los siglos XV y XVI son muy importantes para nuestra tarea, por eso comenzaremos por ellos. Permítaseme la siguiente metáfora. Así como una “nodriza” sobre-protectora que siempre carga de la mano al niño que se le ha encomendado, evitando dejarlo solo para que descubra el mundo por su cuenta, diciéndole siempre lo que debe hacer, lo que le es bueno, cómo debe comportarse, cómo debe vestirse, era la autoridad eclesiástica de los siglos X-XIV. Y así como ese niño, que una vez se experimenta adolescente, a sus quince años, desea desprenderse de esa nodriza para comenzar una vida libre: con su propios códigos éticos y formas de pensar, eran los hombres de los siglos en cuestión que ya ansiaban una vida “libre de Dios”.[1]

Y así ocurrió, los hombres del medio evo fueron paulatinamente separándose de aquella Iglesia que experimentaban limitadora de todo su potencial creativo, comenzando una vida totalmente independiente: La Era Moderna. Los filósofos, los científicos, los artistas ya no pensaban, investigaban o creaban "para Dios". El centro hoy es el ser humano. Se piensa para el hombre; se investiga para el hombre; se crea para el hombre. Comiencza a dicirse que es necesario potenciar al ser humano, hay que proporcionarle todas la herramientas necesarias para que llegue a su mayoría de edad y así salga adelante; una vez esté preparado se convertirá en el hermano que la humanidad necesita. Pero esto nunca pasó. Cuánta razón tenía J.B. Metz al afirmar: “se esperaba al hermano, pero nos salió el burgués”.

Esta nueva forma de pensar y de vivir llega a su máxima expresión en el siglo XVIII (aquel "niño" es ya un “adulto”). Mientras el pueblo pobre dominado ya no por la autoridad eclesiástica, sino por la monarquía luchaba por los famosos valores impulsado por la revolución Francesa (libertè, fraternitè, egalitè), los burgueses impulsores de aquella manifestación gestaban los valores de la economía de mercado. Otra vez en la historia de los hombres los desposeídos y las grandes mayorías son utilizados para fines particulares.

Llegamos en estas condiciones al siglo XIX. Los burgueses han ganado. El libre mercado es ya una realidad. El impulso que la técnica dará es impresionante. Comienza una nueva era para la humanidad: la Era de la Industria. Esto seguía empeorando la condición de los pobres. Mientras los ricos producen más, venden más, compran más, el mercado se expande, los pobres siguen siendo excluidos, llevados poco a poco a lo no-humano, al margen de la historia.

El siglo XX está en su alba, y comienza un nuevo liberarse (neo-liberalismo), ya no de la autoridad eclesiástica, ya no de la monarquía, hoy del Estado. La teoría del mercado liberal afirma que el Estado no debe intervenir en la actividad de la Empresa privada, que entre menos control exista mejor funcionaran las cosas.

Con esto hemos marcado un hilo conductor de la historia[2]: Los hombres buscan intereses propios. El hombre se centra en sí mismo y vive para sí mismo. El contacto con los demás no deja de ser mera coincidencia o una necesidad interesada. El ser humano crea una sociedad en la que sólo importan los intereses particulares: Yo y los míos. No hay espacio para todos. Esto se va transmitiendo y haciendo de todos partícipes del mismo pecado. Basta solamente observar como en los últimos años se ha dado una proliferación de Ipod y reproductores MP3, cada cual escucha su música; vive en su mundo y se nos cierran los oídos al mundo exterior que grita con dolores de parto por una nueva esperanza.

Del Reino de Dios a la Comunidad de Discípulos

Por otro lado, en nuestro recorrido anterior no hemos tocado los primeros siglos de la era cristiana. En ellos se da una experiencia totalmente diferente a la expuesta. Una experiencia que busca el reordenamiento de la sociedad con la implantación de una serie de nuevos valores.

Esta experiencia comienza en un pequeño país de la Palestina llamado Israel. En él y de la pequeña e insignificante ciudad de la galilea del 5 a.C. nace “un tal Jesús” que comienza una labor itinerante de predicación de un proyecto nuevo para el mundo: el Reino de Dios. Proyecto que consiste en hacer de la humanidad un lugar justo en donde “todos tengan vida y la tengan en abundancia”; proyecto en el cual frases como “no hay amor más grande que dar la vida por los otros”; “amen como yo he amado”; “el más grande en el reino es el que sirve primero” no son simples slogan que se dicen nada más; son una forma de vivir y de entregarse sin reservas a los otros. Aquí el contacto con los demás no es casual o interesado; es real y provocado.

Esta experiencia del maestro de galilea será tan marcante para su grupo de amigos, que será entendida como catalizadora: tal como la piedra que arrojamos en el agua crea un foco que a su vez crea ondas que se transmiten en forma creciente. Por eso luego de la muerte y resurrección de Jesús, la iglesia naciente puede escribir aquella hermosa utopía de la comunidad que el maestro deseaba: “se reunían. Nadie llamaba suyo lo que tenía. Puesto que todo lo compartían ...todo era común... nadie pasaba necesidad” (Hech. 2,42 y 4,32).

El Reino que anunció Jesús puede ser una realidad en la comunidad de discípulos. En esta comunidad no se excluye, no se margina, no se hacen los oídos sordos frente a la necesidad del mundo. Valores como la libertad, fraternidad, igualdad, ya no son justificadores del mercado o de políticas individualistas; son una apuesta por una nueva sociedad solidaria y comprometida.


¿Todo para uno o uno para todos?

Hemos expuesto dos formas diferentes de ser humanos, de vivir la vida en sociedad. Ambas formas han existido y coexisten en nuestra actualidad. Una más egoísta y otra más solidaria. A la primera le interesa lo privado, el consumo, el vivir de espaldas a una realidad exigente; se conforma con lo inmediato, con lo que le es útil en el instante para desecharlos depués, con lo efímero; por lo tanto, es un tipo de sociedad que crea individuos autosuficientes. A la segunda, le interesa lo común, la austeridad, el vivir comprometidos con los problemas de su tiempo; le interesa lo mediato, la esperanza, el futuro. Es un tipo de sociedad que crea personas responsables.

Aquél grito de guerra que Alejandro Dumas inmortalizó en su obra “Los tres mosqueteros” puede servirnos para ilustrar los dos tipos de sociedad que hemos expuesto: Para la primera que desean que “todo sea para uno” o para algunos pocos. Es esa sociedad egoísta. Mietras la segunda que desea que esta tierra, sus recursos, su riqueza, su bellaza se “para todos”. Es esa sociedad solidaria.

Nuestra tarea es elegir entre esos modelos sociales. Nos podemos situar en medio de ellos sólo para pensar por cuál optar. Pero no podemos quedarnos en ese lugar, la opción se vuelve obligatoria. Pero la respuesta por el “por cuál optar” trasciende la reflexión de estás líneas, esa tarea le corresponde a usted mi querido lector.




[1] Este “libre de Dios” debe ser en tendido como “libre de la autoridad eclesiástica”

[2] Aunque hemos dejado de lado muchos elementos de la historia, para nuestro propósito bastan estas “manchas de color”

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