05 octubre 2010

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¿Una teo-logía de la comunicación? (parte I)

Quiero presentar a continuación, y en varias entregas, una serie de reflexiones en las cuales concibo al ser humano como un ser netamente comunicativo; dimensión desde la que reinterpreto la visión creyente del hombre buscando no hacer una nueva antropología (sería demasiada pretensión), sino mas bien dar un aporte humilde en este mundo donde las herreamientas comunicativas son un auge, mas el contenido de lo comunicado es irrelevante; y el ser que comunica queda entre paréntesis.   

1. Importancia de la relacionalidad humana.

El ser humano es un ser de relaciones. Entabla relaciones con su ambiente, con sus iguales, consigo mismo, con lo transcendente. En estas reflexiones no nos importa describir la primordialidad de estos campos de relación, basta con afirmar que son interdependientes; el hombre no podría considerarse plenamente humano si alguno de ellos faltara. Sí nos interesa, por el contrario, afirmar que la relacionalidad humana tiene un carácter netamente comunicativo.

Antes de continuar resulta oportuno decir qué entendemos por comunicatividad. Estamos habituados a comprender el acto comunicativo con el esquema clásico de: emisor, mensaje, canal, receptor. Y de limitarlo sólo a la palabra hablada, escrita o alguna expresión simbólica. Sin negar esto, hemos de agregar que toda actividad humana y todo el ser humano tienen ese carácter de decir algo del sujeto emisor. En este decir algo encontramos la extro-versión del hombre, ese volcarse afuera sí para darse a lo que no es él. Expliquémonos

El acto comunicador se da sólo en la media que existen dos sujetos involucrados: el emisor y el receptor, como bien dice el esquema tradicional. Pero estos no deben ser entendidos como agentes estáticos, como si el primero se limitara a enviar los mensajes que el segundo simplemente recibirá. Comprensión tal degeneraría en una castración de tan sorprendente cualidad. Ambos son totalmente dinámicos, emiten y receptan en su determinado momento. Lo circular, puede ayudarnos a comprender gráficamente lo que queremos decir. Este movimiento de los sujetos es a lo que llamamos diá-logo, es decir, “Intercambio”.

No podemos olvidar que en el acto comunicativo no sólo existen los sujetos sino también aquello que éstos desean comunicar, es decir: el mensaje. Lo que nos importa de este dato es que en él existe un contenido, no es mero ruido o sin sentido. El mensaje tiene intencionalidad: transmitir algo de aquel que lo ha emitido. Y con esto hemos llegado al punto que nos interesaba. Ese algo del contenido del mensaje es lo que vuelve importante la relacionalidad humana. El hombre al relacionarse comunica, y al comunicar da de sí al otro, mejor dicho se da así mismo al otro.

Esto es lo que marcará una diferencia esencial con los animales. Dado que éstos entablan relaciones con su ambiente y con sus iguales pero seguramente éstas son de carácter más instintivo. Y aunque sin negar que allí exista la transmisión de algún mensaje, elemento importante en el proceso de comunicación, el animal no tendrá conciencia del mismo. Razón por la cual la relacionalidad humana va más allá del mero coincidir con el otro, es donación del yo al no-yo

Si esto es verdad, entonces podemos concluir que la relacionalidad humana es importante porque en ella el hombre busca ofrecer lo que él es, desea verterse a los demás, quiere compartir lo más profundo de su ser con quienes le rodean, porque sólo en esa acción extro-vertida el hombre puede descubrirse como persona. (En este dar de sí a los otros podemos encontrar  el principio creativo del hombre. Las ramas del arte no son más que expresiones de la intimidad de la persona. Es sorprendente como en una pieza musical el autor es capaz de transmitir tantas emociones. La paradoja resulta interesante: solo al darse al que no se es, el hombre recibe lo que es. A modo de paréntesis, quizá podemos comprender con esto el misterio kenótico: Jesús sólo al vaciarse, y no escatimar para sí lo que él era, Dios; es cuando se llena para ser plenamente lo que no era, humano (Filp. 2, 6-11). Jesús al vaciarse de su condición no perdió su divinidad, al contrario ganó total humanidad.

Cerrado el paréntesis, podemos preguntarnos entonces ¿De dónde que el ser humano posee esa habitud comunicativa en la que busca volcarse a los demás? Intentaremos darnos respuesta a esta cuestión en el siguiente punto.

a. Fundamento bíblico

i. La creación por la Palabra

Al principio de nuestras biblias nos encontramos con dos relatos, de tradiciones distintas, que nos narran el acto creador de Dios. El segundo de estos textos en orden literario pero primero en su escritura, Gen 2, 4b–24, pertenece al escritor Yavista que según los expertos pudo haber desarrollado su obra alrededor del año 920 a.C. en el periodo salomónico. De este relato nos encargaremos en la sección siguiente, por el momento baste decir que es un texto parabólico en el cual no existe la pretensión de demostrar el cómo del origen del cosmos y el hombre, más bien quiere llevarnos a la reflexión del señorío del hombre sobre las criaturas ( vv 7. 20 ) , su responsabilidad como co-creador (vv. 15) , y la importancia de la ayuda adecuada que se encuentra sólo en la compañía del otro semejante a él (vv. 20b-24).

Para el objetivo de esta sección nos importa el primero de los relatos, en su orden literario, pero el segundo en su composición, en orden cronológico. El texto del Gen 1, 1- 2, 4a perteneciente a la tradición Sacerdotal del año 540 a.C. nos explaya de manera poética la concepción judía sobre el origen del cosmos y las criaturas. Hacemos siempre la salvedad que este origen tampoco debe ser entendido como si el judío contara con los elementos científicos y tecnológicos para narrarnos a cabalidad los acontecimientos. Pensar de esta manera es caer en el antiguo juego de querer hacer decir a la Biblia lo que no dice. La pregunta por el origen es la pregunta de la humanidad entera, pero ésta debe ser respondida por aquellas disciplinas del saber que se dedican a esta búsqueda. La teología defenderá siempre que el dato revelatorio en el texto sagrado contendrá más la experiencia de la grandeza del hombre; la pregunta por el para qué de su existencia, su vocación y sentido más profundo. Esta es la dirección de las siguientes líneas.

Comencemos con un breve análisis del texto. Los primeros versículos nos cuentan cómo al principio lo que existía era el caos (vv 2), no la nada (Hay  que descartar cualquier búsqueda de materia prima que fundamente una interpretación ciencista) . El caos indica entonces que el mundo lo que necesitaba era un orden. Comienza entonces la acción organizadora que es expresada a través de los famosos “Dijo Dios...”, son las Palabras creadoras que darán orden al mundo, así como su cualidad “bondadosa”. El ritmo con el que se va desarrollando el poema tiene un carácter pedagógico asombroso que nos va llevando hasta el culmen de todas las criaturas: El hombre. De este ser se dice como de todos los demás que fue creado, pero a diferencia de todas las anteriores se dice que fue “creado a imagen y semejanza de Dios.” Al final se le es indicado el sentido de su lugar en el nuevo mundo “sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla”.

Tres elementos de reflexión nos sugiere este análisis:

a. Que el mundo necesita orden.
b. Que este orden se da a través de la Palabra que desembocará en algo bueno.
c. Que la Palabra va recreando los seres hasta llegar al hombre siendo éste más que criatura por ser imagen de su Creador.

En la cosmovisión semita el orden del mundo no posee una sustantividad propia sino que ésta sólo es posible en la medida que otro más grande se la oferta. Esta oferta se da a través de un acto comunicativo: en la medida que la Palabra se va pronunciando todo se va ordenando y va quedando impregnado de bondad. Dios, al comunicar para crear da de sí a los seres, les trasmite lo que Él es para hacerlos ser. En el caso del hombre que en un primer momento no posee diferencia con las otras criaturas, luego se afirma que fue creado a la imagen de su creador, es decir, que recibió de Dios su capacidad comunicativa-creativa. Por esta razón podemos afirmar que el hombre es co-creador.

La creación por la Palabra indica entonces que Dios dialoga: se da entonces ese acto de emisión-recepción que acotábamos en el punto anterior. Dios es total donación, la creación total apertura. También aparece el mensaje como elemento del esquema comunicativo. Y el contendido de este mensaje es: provocador de vida. Esto es lo que Dios transmite en su Palabra, por eso el escritor no duda en decir al final de cada día “y vio que era bueno”, ya que no hay nada más bueno que la vida que se le oferta al nuevo ser.

El hombre entonces, imagen que es, posee en sí mismo esta cualidad que lo hace grande frente a todos los demás seres: Se comunica, da de sí al otro, a su entorno, se vierte a lo que no es él, y debe trasmitir un mensaje con un contenido productor de vida hacia aquel a quien se dirige.
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