18 diciembre 2013

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Volver a la vida, eso es evaluar.

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Esta de moda, en temas educativos, hablar sobre el constructivismo, el aprender-haciendo, el método de proyectos, el reforzamiento positivo… etc. Todas ellas, modernas pedagogías, enfocadas en la centralidad en el alumno como sujeto activo y protagonista de su propio aprendizaje. Pero, aunque esto se predique en muchos centros educativos y en muchos otros además se practique, la pregunta fundamental sigue en pie: ¿Por qué este tipo metodologías no terminan de cuajar ni en alumnado ni en el profesorado?

Mi humilde respuesta a esta cuestión es que: Mientras no se modifique la “piedra angular” del proceso educativo, ningún intento de reforma obtendrá un resultado satisfactorio. Explícome mejor en la siguientes líneas.

1. Los Antecedentes

“Todo acto educativo es intencionado, por lo tanto no existe la educación neutra”, solía decirnos un querido profesor en la Universidad. Es decir, TODO lo que se desarrolla en el acto didáctico posee unos fines que desembocan en un determinado modelo de ser humano y de sociedad que fueron previamente concebidos en la mente del especialista. Y esto es verdad, no solo para los niveles macro educativos de un sistema nacional o regional, sino también para los niveles más básicos de la educación, como puede ser la elección de los objetivos, la metodología y la evaluación que hace una maestra de pre-escolar antes de iniciar el año escolar.

A ese último elemento - la evaluación- es al que me he referido antes como “piedra angular” del proceso educativo. Y la denomino de esta forma porque la experiencia nos ha mostrado que todos los esfuerzos del profesor y del alumnado a lo largo de un curso pueden darse por satisfechos cuando se da la evaluación, sobre todo si esta se entiende exclusivamente – y erróneamente - como examen. Pareciera, entonces, que el docente educa para examinar y el alumno estudia para aprobar ese examen. Incluso, muchos de nuestros estudiantes creen que si no hay examen en tal asignatura, ésta no vale la pena. Para algunos otros, la complejidad del examen determina el grado de valor que se le dará a esa materia. Y para muchos, el examen es la manera en la que el docente puede cobrarse el que no se le haya prestado atención durante un ciclo de clases. De esta forma se ha convertido la evaluación en un “arma represiva”.

Con todo esto, lo quiero enfatizar es que indistintamente de que la metodología utilizada en todo el desarrollo de un curso haya sido la más actual, o la más creativa o la mejor elaborada… la evaluación (examen) termina siendo la misma: un alumno sentado frente a una página con una serie de preguntas o problemas estandarizados a los que tiene que dar la respuesta “correcta”.

Dada la realidad así, me pregunto entonces: ¿Si todo lo realizado en al acto didáctico es un proceso ordenado y coherente, entonces, porqué después de haber realizado actividades que desarrollan y potencian la creatividad, el pensamiento crítico, y la autonomía del alumno, se termina con un examen que es totalmente contrario –e incoherente- a lo que se ha realizado previamente?

Esto, sin pretenderlo, genera en nuestros alumnos un desequilibrio congnitivo, que al final se justifica con el: siempre ha sido así. También sin pretenderlo (porque lo que pasa en al escuela es una replica de lo que pasa en la sociedad) se sigue marcando en los jóvenes estudiantes la idea que la sociedad califica, que la sociedad etiqueta, que la sociedad dicta indicaciones que deben ser obedecidas, que la sociedad necesita autómatas que se rijan con lo ya establecido. Mientras los gobiernos hacen dictaduras, en las escuelas se hacen dictados, podríamos parodiar.

La verdadera evaluación dista mucho de este tipo de concepciones. La evaluación debe entenderse como el momento de madurez en el que se le devuelve la palabra al estudiante; donde él, mediante un proceso de verificación sobre lo qué ha conseguido, cómo lo ha conseguido, y para qué lo ha querido conseguir, toma decisiones serias y comprometidas que repercutirán en su vida. 
Con esta última afirmación estamos cerrando, de forma coherente, la elección de un método educativo experiencial, inductivo y participativo:

a. La realidad es presentada tal como la ve el profesor,

b. Luego es sometida a la reflexión crítico-comunitaria, procurando que el estudiante extraiga de ella    (la realidad) los elementos más significativos para él,

c. Finalmente, el estudiante es devuelto a esa realidad para que, desde nuevas perspectivas, pueda recrearla.

De esta forma la evaluación no es más que volver a la vida. 

Queriendo ser fiel a estos argumento, este año he querido cerrar un curso de Biblia implementando una nueva manera de realizar la evaluación final. En lugar de someter a los estudiantes al tradicional examen, y siguiendo las ideas de una actividad diseñada por el Pe. Jorge Boram, les propuse a los chicos y chicas terminar el curso realizando un juego de roles, cuyo proceso describo a continuación.

2. El Juego Previo (dos semanas antes)- Da clic para ver las fotos de la actividad


1. Los estudiantes son distribuidos en grupos de por lo menos 12 miembros cada uno.

2. Cada grupo de 12 es divido en subgrupos, a los que se asignará un nombre que les identifique:

  • 2 banqueros: son lo que verifican que las reglas dadas se cumplan y manejan el dinero utilizado en el juego.
  • 4 egipcios: son el grupo de los privilegiados. Tienen todas la mayoría de reglas a su favor, las posibilidades de ganar más dinero y propiedades, y además tienen el poder de cambiar las reglas del juego a su antojo.
  • 6 hebreos: son el grupo de desfavorecidos. Deben sobrevivir con la reglas establecidas que no les benefician, y por si fuera poco dichas reglas provocan que se aprovechen de otros hebreos.

3. Cada grupo de 12, tiene como responsabilidad elaborar en el tiempo establecido un tablero de juego (parecido al monopoly) y sus insumos (dos dados, fichas, cartas, etc.) siguiendo las indicaciones previamente presentadas.

4. A cada grupo de 12 se le entregan un hoja con las reglas del juego. Reglas que favorecen al subgrupo denominado egipcios, como se ha dicho antes.

5. Se les pide a los alumnos que para el día de la evaluación (que consiste en ser responsable con todo lo que se ha solicitado y jugar) deben de ir caracterizados según el grupo al que pertenecen.

Durante el juego

1. Los estudiantes, caracterizados, comienzan a jugar… mientras avanzan van dándose cuenta cómo el juego no es equilibrado ni mucho menos justo, que hay un sector favorecido y otro desprotegido, y que las reglas en sí son absurdas.

2. Aún así siguen jugando, los favorecidos egipcios se sienten felices al tener tantas oportunidades, y no conformes con eso se aprovechan de su poder de modificar la reglas adjudicándose muchos más beneficios.

3. Los hebreos, por su parte, comienzan a notar que se le es imposible ganar y que a lo mucho pueden aspirar a “tumbar” a un compañero hebreo.

4. Aunque los chicos y chicas están jugando (y se están divirtiendo) no dejan de aparecer sentimientos de molestia frente a la injusticia y comportamientos muy parecidos a lo que pasa en el mundo real a causa de la mala distribución de los bienes.

5. Se juega más o menos una hora… se termina no importando si existe un ganador final. Seguro que los egipcios estaban ganando.

Después de jugar

a. Una vez dado por concluido el juego, viene el tiempo de las preguntas (no olvidemos que es una evaluación… deben haber preguntas, eso no cambia, lo que cambia es la tipo de preguntas y su intención):

a. Cuéntennos ¿cómo fue el proceso de crear su tablero de juego? ¿Todo el grupo se involucró? ¿Hubo contratiempos…?

b. Durante el juego ¿Qué les pareció el juego en sí? ¿Cómo se siente ser egipcio o hebreo? ¿Qué regla te pareció más injusta o ridícula? ¿Por qué?

c. Y dándoles un tiempo para que discutan un poco la última pregunta: ¿Qué solución podríamos diseñar para que todos tuvieran dentro del juego las mismas oportunidades y la posibilidad de hacerlo más justo? ¿En qué se parece eso a la vida real?

¿Cómo se califica esto?

Seguro que más de alguno se preguntará ¿Y cómo le coloco una nota a esto? Claro, la nota, no hay que olvidar que el sistema coloca notas… esto deberíamos irlo cambiando, pero mientras no lo logremos del todo hay que encontrar métodos creativos. Yo lo hice así:

a. Se establecen criterios de evaluación: responsabilidad en el cumplimiento de las asignaciones, creatividad en la elaboración de sus tableros, involucramiento de todos los miembros, respuestas elaboradas, pensadas y críticas… eso que es observable puede tener un porcentaje.

b. Y otro porcentaje lo puede llevar una autoevaluación, que puede ser escrita mientras se justifica su actuar en la actividad con preguntas como: ¿Cómo valoro mi participación en el antes, durante y después del juego? ¿Qué puedo aprender de esto y cómo lo aplico a mi vida?

Cada docente, y según la disciplina, puede decidir los criterios de evaluación más acordes a la actividad planteada. Lo importante es que se siga el horizonte marcado: la evaluación no debe calificar, sino verificar (vero- facere: hacer verdad) lo aprendido para repercuta en la vida.

3. A manera de conexión 

El Evangelio llama a Jesús Maestro (rabbí o rabboní, Mc 1,22; 9,5;10,51; 12,14. Jn 3,2; 13,13. El término didáskalos aparece 48 veces en los evangelios, aplicado con referencia a Jesús). Agrega además que no era cualquier tipo de maestro, sino ese que habla con autoridad, no como los otros maestros de la ley (Mc 1,22). Esto nos indica que en Jesús había una forma distinta de educar, por ende de evaluar.

En un pasaje lucano (10,25ss), se nos cuenta que un Maestro de la Ley le lanza una pregunta a Jesús: “Quién es mi prójimo”. Si Jesús hubiese sido un griego, hubiese respondido haciendo uso de los conceptos. Y el evangelio diría: “Y Jesús le dijo: el prójimo es:…” aconteciendo eso mismo que pasa en las aulas de clases cuando comenzamos con un tema nuevo: “la geografía es:…, la política es:…, las matemáticas son:… etc. etc. etc.” Pero el modo de compresión de la realidad semita es distinto. No pueden encasillar lo real en una definición. El concepto no es categoría de verdad. El judío comienza por algo que es anterior a toda definición: La vida. Y Jesús como buen hijo de su cultura contestó: “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó…” Comenzó a contar un cuento. Porque los cuentos nos hablan de lo que pasa en la vida. Al terminarlo sometió a su interlocutor a la pregunta, a la evaluación. Pero ojo, no la pregunta memorística o repetidora de conceptos pre-consumidos, así como: “Entonces, ¿Qué es el prójimo? O ¿A qué ente, según la narración, podemos atribuirle desde sus funcionalidades empíricas la categoría de prójimo?

NO. Jesús preguntó: “¿Quién se hizo prójimo de ese que asaltaron y dejaron tirado a la vera del camino?” El maestro de la Ley contestó: “el que tuvo compasión de él”. Acto seguido dijo Jesús: “Ve y has tú lo mismo.”

Es que la evaluación no es más que una manera de decirle al alumno que lo aprendido debe enseñarle a vivir mejor. Es devolver el estudiante a la vida y devolverle la vida al estudiante: las ganas de vivir. No abstraerlo de la realidad, haciendo especulaciones de supuestos. Sino hacérsela más presente, más cercana, más propia. Que alumno comprenda que él es capaz de hacerse cargo de esa realidad y que por lo tanto la educación le enseña a vivir.

Es un círculo perfecto: “de la vida a la vida”. Esto es educar, esto es evaluar.

4. Concluyendo

Nuestros alumnos no son ingenuos, ni mucho menos ajenos al mundo en el que se desarrollan. Están mucho mejor adaptados de lo que parecen. Poseen en su ser intuiciones que son muy valiosas y creativas que pueden desembocar en soluciones inteligentes para los problemas sociales. Basta con que les ofrezcamos los espacios para expresarlas sin miedo a la crítica y a la censura. Esto, desde mi punto de vista es hacer evaluación.

¿Queremos que el modelo educativo cambie? Arquímedes decía: “Denme un punto de apoyo, y les moveré la tierra”. Nosotros podemos decir sin exagerar: “Denme una nueva forma de evaluar… y moveremos el sistema educativo.” Quiero terminar este escrito con esta afirmación que es categórica: Mientras sigamos evaluando como siempre, nuestros alumnos verán la educación como siempre: como algo que no entienden para qué sirve.


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