27 septiembre 2012

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Talita Kumi…

1.        
¿Qué hay en la cabeza de nuestros jóvenes? ¿Cómo miran al mundo y la realidad? ¿Si la postmodernidad es una exaltación de las sensaciones, frente a qué se sensibilizan nuestros muchachos? ¿Cómo enfrentan el dolor y el sufrimiento?... Estas y otras cuestiones repasan mi mente mientras termino una clase de algo a lo quizás se le puede llamar cristología.
          Me encuentro impartiendo este curso a jóvenes quinceañeros que cursan su 9º grado. El curso consta de tres partes: Una contextualización histórica de la persona de Jesús; luego seguimos con el reino de Dios, entendiéndolo como una respuesta de Jesús frente a su contexto; y terminamos analizando la muerte en cruz como causa “lógica” de su praxis, y la resurrección como una afirmación de Dios.
          En esta última parte nos hallábamos cuando decidí ilustrar el proceso descrito arriba  con la muerte martirial de Mons. Romero. Comparar y descubrir en la vida del obispo salvadoreño un símil de la vida de Jesús, así como entenderlo como un referente de verdadera vida y testimonio cristiano, tan escandaloso como el maestro de Nazaret.
         Proyecté a mis alumnos -5 diferentes grupos de 39 muchachos- un video que mostraba la dura realidad de represión que atravesó El Salvador, especialmente el pueblo campesino, durante la década de 1,980. Aparecen de pronto imágenes impactantes cuando agentes de la Policía Nacional abren fuego contra jóvenes del Bloque Popular que se manifestaban frente a la plaza de la  Catedral Metropolitana el 8 de mayo de 1,979. Las imágenes dejan ver cómo algunos de esos jóvenes morían en su intento por huir de las balas de sus agresores. Otros, eran aplastados por sus propios compañeros que se encontraban en el mismo intento. Se veían caer los cuerpos.
         Mientras tanto yo, observaba a mis alumnos. Unos callados, contemplando, silentes… Pero mi máxima atención recayó sobre otros, que frente a semejante escena no callaron la risa, la ironía, el juego y el chiste. Parecían que estaban viendo una película, de esas que tan de moda nos ha puesto Hollywood, en las cuales la muerte de otro ser humano es algo tan natural y común. Mientras el “héroe” esté vivo no importa cuántas vidas estén siendo sacrificadas.
La clase terminó. Pero mi asombro continúa todavía en este momento.       
2.      
                No son pocos los teóricos en educación que han afirmado que el acto educativo debe estar centrado en la persona del estudiante, él debe ser el centro de gravedad y protagonista de su propio proceso de aprendizaje. De la centralidad en los contenidos - propio de la educación tradicional -  se pasó a la centralidad de la persona – según afirma el constructivismo. Este es el giro copernicano de la educación. Y es muy difícil no pensar en Descartes en este punto (del dogma al sujeto). Junto con los soñadores de la Modernidad, esta centralidad del ser humano debería ser una centralidad personalizante, es decir, que todo aquello que le proporcionemos al alumno debe tener la capacidad de hacerlo cada vez  mejor persona.  ¿Realmente en la escuela se ha dado tal giro que centra a la persona para personalizarlo? ¿No será mejor decir que el giro copernicano se ha dado en el ambiente Postmoderno en el que nuestros jóvenes viven, y  en lugar de personalizarlos los individualiza?
                Nuestros jóvenes son sensibles, eso no hay que dudarlo. Son capaces de conmoverse y sentir pena. Pero nos encontramos con jóvenes envueltos en una cultura “narcisistas” a los que parece solo importarles su propio dolor y sufrimiento, ese que les es “existencial”. El dolor y sufrimiento de los otros lastimosamente se ha convertido en un mero espectáculo propio de nuestro tiempo. La pobreza, la exclusión, la marginación, “la cruz” en palabras de Sobrino “ya no resulta escandalosa”. Nos hemos acostumbrado a ella, se nos ha hecho común y natural. “Es natural que haya gente que sufre. Es una verdadera lástima que existan los pobres. Pero no se puede hacer nada frente a eso.” Sería la conclusión de muchos de nuestros chicos.
3.        
                En los años 60-70´s los grandes ideales de libertad, de revolución; las grandes utopías y sueños reposaban en la mente y corazón de los jóvenes. Eran ellos lo que salían a las calles a reclamar por un mundo mejor; pero también eran ellos los que lamentablemente ponían las víctimas.
En los años 80-90´s mientras las dictaduras militares daban el paso a la instalación de la economía de mercado liberal y su característico estilo de vida, los  jóvenes fueron nuevamente víctimas de un ataque, ya no armado, sino ideológico. Instaurando en su modo de ser y proceder los valores del mercado: de la compra y laventa, del tener y aparentar, del gastar y consumir,  de lo desechable y analgésico, de lo inmediato y pasajero, del sentido de la historia como lineal, de la  exaltación del cuerpo y  el rezago de lo espiritual  visto como accesorio, y de la visión de un Dios “personalizable” con el que se realizan trueques interesados… Los grandes ideales habían muerto, los sueños ya no lo eran, las utopías ya no existían. Se viene a la mente aquel pasaje del evangelio cuando la viuda procesionalmente iba a enterrar a su hijo, a su anhelo, a su esperanza… A diferencia del texto bíblico nuestros jóvenes no tuvieron quién les despertara. Ni el Estado, con sus políticas; ni la Iglesia, con los grupos juveniles; ni las ONG´s y sus programas lograron el milagro. ¿Quién les dirá talita kumi? 
Llegamos al siglo XXI, valores efímeros, desesperanza, lasitud se convirtieron en los nuevos contenidos; los medios de comunicación masiva, los artistas baratos, los juguetes tecnológicos, son los nuevos maestros…  Joaquín Sabina describe muy bien este momento histórico cuando escribe:
“Como quien viaja a lomos de una yegua sombría, por la ciudad camino, no preguntéis adónde.
Busco acaso un encuentro que me ilumine el día, y no hallo más que puertas que niegan lo que esconden… Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido, que viene de la noche y va a ninguna parte, así mis pies descienden la cuesta del olvido, fatigados de tanto andar sin encontrarte… Vivo en el número siete, calle Melancolía. Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría. Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía y en la escalera me siento a silbar mi melodía.”
       
                Definitivamente esa ansía y avidez descontrolada del ser humano, solo deja en evidencia el gran vacío que habita en su interior.  
Lo expuesto anteriormente, obviamente, no abarca a todos los jóvenes en particular, sino al sistema y cultura juvenil que está predominando en nuestro continente y del que todos somos de una u otra forma responsables. Quiere ser un llamado de atención para todos aquellos que nos dedicamos a la educación y trabajo con ellos, padres de familia, docentes, facilitadores, pastores... ¿Cómo les estamos educando? ¿Qué tipo de ser humano estamos educando?
La escuela -  y muchos centros de educación -  se ha perdido en la burocracia, en la papelería, en lo formal y accesorio. Mientras la calidad, la calidez, el encuentro, el diálogo, lo relacional, están fuera de las aulas y pasillos.   
 
Creemos, aun así, que todavía existen muchachos y muchachas que alzan sus voces y no se dejan intimidar por el sistema o ideología. Jóvenes que, como los prisioneros en el mito de la caverna de Platón, rompen las cadenas que les atan para dar la vuelta y dejar de ver las sombras y enfrentarse con la realidad.
             Creemos que todavía se pueden generar verdaderos itinerarios educativos que acompañen los procesos grupales y personales de nuestros jóvenes. Creemos, desde la Iglesia,  en una pastoral juvenil comprometida con la historia que sea presencia de Dios en el mundo, esperanza para los hombres.
Creemos en los  Jóvenes que luchan por la justicia, que viene de la fe, y que creen que el sueño de otro mundo es posible.  
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11 agosto 2012

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Aún nos queda algo... Esperanza

Me encuentro sumergido entre unas de las más bellas páginas de la "Apocalíptica" pura. No de esa amarillista y escapista que pretende hablar del fin del mundo a base de la infundación del miedo y la proliferación del terror y el pánico. Sino de aquella más semejante a la experiencia de la primitiva iglesia cristiana, que en medio de la tribulación causada por la persecución, llevaban en sus corazones la convicción férrea de una "tierra y cielos nuevos" en la cual Dios reinaría por fin, provocando un nuevo orden de las cosas, un mundo con una nueva dinámica de equilibrio expresada con la hermosa frase epitáfica del "león que pastará junto a la oveja, y el infante que jugará con la serpiente."

Me refiero a la llamada "Teología de la Esperanza" y a uno de sus mejores Profetas, Jürgen Moltmann. El texto en cuestión - "La justicia crea futuro"- publicado finalizando la década de los ochenta comienza haciéndonos una pregunta fundamental: "¿Tiene futuro la sociedad moderna?" Nuestro autor es claro que por "moderna" comprende a la Ilustrada Europa y en concreto la problemática política, social, cultural, ecológica y nuclear de esas latidudes, mas no es ajeno a la realidad como totalidad ni como sistema orgánico e interdependiente, manifestando entonces que se ha contenido en hablar mucho de la situación del Tercer Mundo debido a que en "tales cuestiones los que tienen la palabra son los teólogos de aquellas regiones." Razón por la cual es prudente al momento de referirse a la producción propia de América Latina y a la Teología Negra, pero no duda en colocar en igual disposición a estas expresiones de la fe con la "Teología Política" europea nacida después del lametable acontencimeinto de Auschwithz y su rezago existencial del "¿Dónde estaba Dios?"

"En verdad Creador, creación y criatura han sido refutados por Auschwithz", decía el dramaturgo Rolf Hochhunth en su drama "El Representante". "Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?" Gritaba Jesús desde la cruz. ¿Qué habrán gritado los primeros mártires cristianos mientras eran quemados en la arena del circo romano? ¿Qué plagaria habrá salido de los corazones de las víctimas en Hiroshima? ¿Qué oraciones rezarán los miles de desempleados, pobres, marginados y explotados que van lentamente muriendo gracias a la violenta vida causada por sistemas totalitarios?
¿Tiene futuro este mundo?

 Max Horkheimer se atrevió a escribir: "Teología es... la expresión del anhelo de que el asesino no pueda triunfar sobre la víctima inocente." Teología no es meramente un discurso, mucho menos la expocisión erudita de ideas abstractas y sin sentido para las grandes mayorías, que nunca leerán los textos de doctores y teólogos. Teología es el ahnelo, la convicción de que el asesino no triunfará. Teología es esperanza. Pero no una esperanza pasiva, porque si es conformista no es esperanza. Teología es hacer historia junto a las víctimas, cargando sus cruces, quizás muriendo con ellas. Los teológos entonces deberían ser los nuevos Cirineos con el Jesús a cuestas. Por eso el apocalipsis es teología y aquellos "santos vestidos de blanco y lavados con la sangre del cordero" verdaderos teólogos.

Gustavo Gutiérrez - padre de la Teología de la Liberación- decía que la teología es la palabra segunda que sigue luego de escuchar la voces del pobre en su praxis liberadora. Esto nos hizo descubrir que la "realidad se nos impone" , que "la gloria de Dios es que el hombre viva." Pero, ahora podemos decir, que teología no solo es una palabra sino sobre todo y después de todo La Acción que acompaña esa praxis, brindado esperanza en medio de este valle de lágrimas.
¿Tiene futuro este mundo? Lo desconozco, pero sí sé que todavía tiene esperanza.

Termino estas meditaciones con una oración que nace del interrumpir mi lectura. Del pensar, con la honradez necesaria, en seguir diciéndole Sí a Dios. Preguntándole ¿dónde he de encontrarlo? Susurrando como Juan de la Cruz "¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?

Dios ha muerto,
sí, ha muerto clavado en la cruz del Calvario,
ha muerto en el indio del nuevo continente,
en Hiroshima, en Auschwithz, y el Mozote.

Ha muerto en la India junto a Gandhi,
en la España de Miguel Hernández,
en el Norte junto a Luther King,
y en el disparo que mató a Romero.

No ha muerto, lo han asesinado,
Lo mató Pilatos en el pretorio,
el europeo en la conquista,
el alemán nazi y los militares en El Salvador.

Lo mató el poder del Imperio,
la razón del Ilustrado,
la fuerza del militar,
lo voraz del Sistema...

Descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos.
Resucitó en la fe de Jesús de Nazaret,
en la fe del indio, del japonés, del judio... de Rufina.

Dios no está muerto, ha resucitado!
ha resucitado en la esperanza del joven,
en la utopía del estudiante,
en la lucha de la mujer,
en la resistencia del pobre.
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02 enero 2012

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Un amigo llamado Vladi

Existen personas que, al pasar por nuestra vida, dejan profundas huellas. En su peregrinaje nos enseñan a vivir, a reír, a pensar, a discernir, a ver la fragilidad humana como una catapulta para crecer. Su enseñar se convierte en aprendizaje para ellos mismos, pues, el mejor maestro es aquel que vive lo que enseña. Esa persona, en breves rasgos, es Vladi. Común y corriente como cualquier mortal, pero, con un inmenso sentido de humanidad y fraternidad. Las siguientes líneas, elaboradas por Francisco y Nahúm, describen, en resumen, lo que la amistad puede llegar "a hacer", "a ser" y a "reconocer". Vladi, desde este pulgarcito de América hasta el "infinito y más acá", este regalo te pertenece...

INTRODUCCIÓN. (Definiendo pre-supuestos y conceptos)


“Jonatán hizo un pacto con David, porque lo quería como así mismo.” (1 Sam. 18, 3)



Hablar de la palabra amistad es referirnos a una de las experiencias más profundas que vive el ser humano: abrir el corazón para que otros y otras nos conozcan, acepten y amen, tal y como somos. Nuestra sociedad actual desvirtúa la esencia esta vivencia, ya que, a cualquier persona, en fracción de minutos, por solo hecho de caer bien, le llamamos amigo y hasta del alma ó, el famoso “best friend”. La amistad, para ser auténtica y real, debe de atravesar un proceso serio y responsable –del cual se lleva un vasto tiempo experimentar– de conocimiento del otro y, que este descubrimiento, facilite ver la realidad del interior de cada uno. Es como un efecto “espejo”, ya que, cuando interactúo con el otro, tengo la oportunidad de verme a mí mismo, mis reacciones, actitudes, opciones y estilo de vida. La experiencia del encuentro con el otro nos ha ido mostrando que la verdadera amistad hace crecer, potencia el diálogo y el respeto a la diversidad, la capacidad de trabajo en equipo, la vivencia de la democracia y, por consiguiente, acercarnos a la experiencia utópica de la primeras comunidades cristianas: “tener un solo corazón y una sola alma. ” (Hch. 4, 32)

Tomando el testimonio bíblico de Jesús, podemos observar que él fue un maestro de la amistad, no solamente porque “conocía muy bien” a sus discípulos, sino, porque el “se dio a conocer” en transparencia. El proceso de amistad de los doce con Jesús, tuvo que ser intenso. Ese proceso no solamente consistió en que ellos “conocieran a Jesús”, sino, yendo más allá, que Jesús se descubriera para que “ellos le conocieran”. Jesús conocía a la gente, pero se dejó conocer abiertamente, pues nada hacía a oscuras o a escondidas (Jn. 18, 20). Sólo por poner un ejemplo: para que de la boca de los discípulos se emitiese la palabra Señor hacia Jesús, esta tuvo que ser producto de un “conocimiento profundo” sobre él y que más adelante se conoce que esta experiencia de confianza se consuma en la vivencia del seguimiento del maestro.

La amistad que Jesús modeló, no estuvo por encima de los demás, sino al servicio “de”. Y es que la amistad me pone “a la par del otro”, no encima (pues, nadie debería ser señor), ni debajo (pues, nadie debería ser peón o subordinado). Esta experiencia me pone de igual a igual, frente a frente, hombro a hombro, cara a cara. No puedo decirme “amigo del otro”, si lo veo como mi esclavo, como último peldaño, como menos que mí. Tampoco puedo experimentarme amigo si me siento pisoteado por el otro y en muchas ocasiones humillado. La amistad me coloca de igual a igual, me dignifica como al otro, me potencia ser feliz. Sabemos que no todo es color de rosa en la vida, pues, siempre aparecen los tragos amargos cotidianos: los problemas. El verdadero amigo se hace parte del otro, hasta en estos momentos más desabridos. Podrá no ser luz, pero lanza la chispa del ánimo. No es respuesta, pero reconforta con su silencio, al escuchar, y luego con su veredicto. En fin, la amistad es el arte de caminar con el otro, de estar ahí, de estar dispuesto de amalgamar la vida, la alegría, la tristeza, el dolor, la esperanza, la fraternidad.

HERMENÉUTICA NECESARIA. (Acuñando lo aprendido)


La anterior introducción es, querido hermano, lo que la biblia, la teología, la antropología, la eclesiología, la pastoral, la convivencia y el compartir nos han dejado a través de tu vida. En estos momentos nos toca experimentar ese peldaño no tan grato de la muerte de grupo. Tu partida es esa puerta que nos abre a la dispersión: “seguir trabajando desde nuestra pasión (la pastoral), pero en diferentes trincheras”. Por fe, suponemos que esta “muerte” será pascual: tiene que darnos vida a los tres. Haciendo nuestra reflexión, hemos caído en la cuenta que Dios nos ha regalado el don de la amistad a través del trabajo. La causa de Dios nos ha ido mostrando que el mundo puede ser mucho mejor. No importando la diversidad, hemos aprendido a vernos como complementarios, como cuerpo, como seres interdependientes, como hermanos.

Todos estos años hemos vivido experiencias, de las más triviales hasta las más complejas: alegría y cólera, ánimo y desanimo, cansancio y fortaleza, escepticismo y fe, etc. ¿Cómo hemos podido llevar, en nuestros tres hombros, tantas experiencias? Pues lo único que se nos ocurre es decir que nos hemos aproximado a la palabra amistad. Y, en nombre de esa amistad, deseamos expresar nuestra gratitud a tu persona “por tanto bien recibido”, como diría el viejo Ignacio. Las experiencias anteriores nos llevaron a soñar juntos, un proyecto que no nos ha pertenecido y, en vista a ese proyecto, queremos animarte y desearte que todos tus pasos marchen bien, como hasta ahora. Ironías de la vida: tan pequeño El Salvador, que nos juntamos tres locos que soñábamos trabajar en la causa de Jesús, cada quién a su estilo y modo. Una de las cosas que siempre nos preguntaremos es: ¿por qué Dios nos juntó a los tres en esta trinchera? ¿qué pretendía? ¿cuál era su intención, para con los tres?

No es nada fácil responder a estas dudas, especialmente porque, como vos sabes, acostumbrados a “tijerear” los eventos de toda índole y Dios, de ésta, no se nos pudo escapar. Una de nuestras posibles respuestas es que Dios todavía confía que el trabajo en cuerpo, es mejor que solos. Dios no es propiedad de nadie, ni se apropia de nadie. Si Dios es comunidad trina, ¿por qué no, nosotros? Reparemos en un curioso caso: el trabajar por la causa de Jesús nos ha llevado a diferencias, pleitos, enojos; pero irónicamente, nos ha ido sintonizando y armonizando. Así es el Reino de Dios, está aquí y todavía no, es paz y guerra a la vez, tan complejo pero real, como la naturaleza humana.

Curiosamente, esta dinámica de jugar a ser constructores de “ese Reino”, nos ha fatigado, nos ha lacerado en todo sentido. Habían días que, como vos sabes, deseábamos mejor ¡no haberlo conocido! Acaecían días que nos negábamos privilegios materiales, por haber optado por una carrera que “no generaba ingresos”; acontecían días en los cuales deseábamos solamente mirar atrás y decir: “ya no te amo, Señor, ya no quiero seguir, este tipo de vida no es para mí”. Pero Dios, en su gratuidad y fidelidad, se mostró propicio con nosotros y nos reveló que habíamos tomado, hace más de diez años atrás, la mejor decisión de nuestras vidas. En este punto, no nos refierimos a la carrera de Teología, ni a trabajar en el Externado de San José, ni a caminar en la Iglesia y menos en la Pastoral Juvenil. Nos referimos al día, al bendito día, cuando decidimos, cada uno en su lugar y momento en particular, darle un sí libre y sincero a Jesús y al Padre.

La otra posible respuesta, se desentraña de lo que conocemos como “la humanidad de Jesús”. Este Jesús, que tanto nos jode (con diría Frank), siempre nos ha estado moviendo para más amarle y servirle a él, no por su poder ni su gloria, ni el cielo prometido ni el infierno tan temido, sino, por el gran amor que su humanidad nos profesa. Si él, en su frágil humanidad, lo dio todo ¿por qué no, nosotros? Creemos que Jesús nos ha ido mostrando que, mientras más humanos somos, más cerca de Dios estamos. A pesar del cansancio, de los problemas, del mal, del enemigo, Dios ha hecho su choza en nuestra frágil humanidad. Ya no gusta del cielo adornado, ahora mora en nuestra reseca tierra: la humanidad entera. Y es ahí donde hemos sembrado, como hermanos y amigos, semillas de esperanza: en MAGIS, en nuestros grupos parroquiales, en nuestros hogares, en nosotros mismos. No sabemos si nuestras ingenierías nos hubieran dado “tanto bien”. Lo que si es cierto es que, con nuestras lupas Teológico-Pastorales, hemos ido descubriendo la importancia del consorcio entre el saber, el sentir y el servir.

IMNINENTE PARUSÍA. (Así como se fue, lo verán venir - Hch 1, 11)

Las despedidas nos lanzan a varias preguntas lógicas: ¿nos volveremos a ver? ¿termina todo aquí? ¿y entonces, que viene ahora? Creemos que a nadie le gusta atravesar la experiencia del irse, porque es como que se “desmembrara un miembro del cuerpo”, sintiéndose este afectado. Pero, ¿dónde está escrito que el irse implica ya no volver? Ni los muertos, cuando han vivido bien, suelen irse. Subsisten en los recuerdos y en lo cotidiano que solían hacer. Por eso, creemos que la despedida no es un hasta aquí, sino, un hasta pronto, todo pensado para un sano reencuentro.

Vladi: Nosotros, Frank y Nahúm, como hombres de fe que intentamos ser, te deseamos lo mejor. Dios sabe por qué te marchas valientemente a otra tierra hermana y sin miedo a equivocarnos, sabemos que él te necesita ahí, donde afinques tu vida. Él sabrá llevar a buen puerto, este proyecto que hoy inicias. Llévate de nuestra tierra lo mejor que tenemos: nuestras energías en el trabajo, la sinceridad de nuestra palabra, la alegría de vivir que tenemos todos los guanacos. Pero, también llévate nuestra fe en ese reino de Dios que nuestros mártires han sellado con su sangre a esta tu tierra tan lastimada por el pecado estructural, en la que Dios nos ha mostrado que aún tiene fe en el ser humano, todo para lograr la utopía de la humanidad nueva. Llévate eso, lo mejor que tenemos los salvadoreños y lo mejor de nuestra fe Cristiana. Gracia de Dios ha sido el conocerte, trabajar juntos, luchar juntos, enojarnos, reír, llorar, celebrar, comer.

Dejemos que Dios nos siga uniendo en la amistad y la causa de Jesús. Nadie le ha puesto el punto final a nuestra amistad y es por ello que hay que seguir viviendo de puntos suspensivos. Hermano y amigo, ha sido un regalo conocerte y tenerte entre nosotros. Y, para despedirnos, la pregunta que a continuación te colocamos, te la vamos a hacer en el reencuentro y vos tenés que responder así: ¿Cómo va la vida?: PIJUDA…

Dios se quede con vos, hermano…

Con profundo cariño en el moreno de Nazaret: Frank y Nahúm.

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27 junio 2011

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La pastoral en el colegio o el colegio en pastoral.

Cuando hablamos de la actividad pastoral que se realiza en los centros educativos de carácter confesional –en este caso católico– nos topamos con dos dificultades bastante comunes. La primera, Qué se entiende por pastoral y la otra, Quiénes son los responsables de realizarla.

No existe dificultad en comprender el término “pastoral” como esa acción orgánica que la Iglesia realiza encaminada a un fin específicamente evangelizador. En el centro educativo esa acción está claramente reflejada en un calendario de actividades que buscan generar en los estudiantes experiencia de Dios. Esto si es que existe una planificación pastoral. Me atrevería a decir que en muchos colegios católicos se cree que hacen pastoral simplemente porque tienen una asignatura de formación cristiana o porque preparan a los estudiantes para algún sacramento.

Por otra parte, si en el centro educativo existe, lo que en algunos lugares llaman, Departamento de Pastoral, o Encargados de las Clases de Religión, o Profesores de Educación en la Fe, no se duda en asegurar que estos son los responsables de “hacer” pastoral en el colegio. Pero si estas figuras no existieran, entonces, tampoco se duda en decir que el único y gran responsable es el “cura” o la “monja” según sea el caso.

Pero, ¿esto es en realidad la pastoral en el colegio? ¿Son los antes mencionados a los que se les debe adjudicar toda responsabilidad pastoral?

La respuesta de la segunda cuestión es directamente proporcional al resultado que le demos a la primera. Por lo tanto, lo que nos ocupa aquí es clarificar eso a lo que llamamos pastoral en el colegio.

1. La actividad como pastoral, y no la pastoral como actividad.

Podemos agrupar las actividades que se realizan en los centros educativos confesionales en dos grandes categorías:

a. Las que tienen que ver con cualquier centro educativo, cualquiera que sea su denominación: Actividades académicas, culturales, deportivas.

b. Las que tiene que ver con lo específicamente litúrgico-celebrativo, retiros, clases de religión acompañamiento espiritual, grupos juveniles: Actividades pastorales.

Si dejamos esas categorías así de puras y presidiendo de la cuestión si hay alguna relación entre ellas, podemos concluir sin problema alguno en que así como existen responsables para el primer grupo de actividades, deben existir responsables directos para el segundo. Por lo tanto, la pastoral en el colegio es asunto de algunos y no de todos.

Esto es verdad, sí y sólo sí nuestra comprensión de la pastoral es parcial y la entendemos como un mero conjunto de actividades “religiosas” que se insertan en un calendario escolar paralelas a muchas otras actividades. Visto de este modo la pastoral puede incluso ser tomada como cualquier otro momento extracurricular más.

Pero lo que aquí estamos procurando subrayar es que la pastoral en el colegio no puede ser reducida a meras actividades aisladas como todas las demás y que no es competencia de unos “especialistas” como todas las demás; y mucho menos limitarnos a crear un dispositivo articulador que logre la tan querida interdisciplinaridad entre las asignaturas del currículo. ¿De qué estamos hablando entonces? De que la pastoral en el colegio es, y debe ser, una responsabilidad y un interés de todos aquellos que tienen una u otra incidencia en la vida escolar. ¿Por qué? Porque así como en una parroquia la acción pastoral es un quehacer de todos los miembros de la comunidad, realizada y distribuida en distintos ministerios (pastorales) y momentos –es aquí donde reside el carácter evangelizador de esta– en el colegio toda actividad realizada, toda acción programada, toda opción metodológica, todo ideario, y todo lo ejercido por los docentes dentro o fuera del aula es ya, y deber ser, en sí mismo pastoral; y toda comprensión de ser humano y sociedad que el colegio exprese tiene ese talante evangelizador.

Se podría objetar que la comparación entre la parroquia y el colegio no es válida. Podría no ser válida en cuanto a que ambas obras son en esencia distintas y con objetivos y públicos distintos; pero sí en tanto que ambas, como obras de la Iglesia, tienen una misión en común: Evangelizar.

Esto nos obliga a precisar este término.

2. La evangelización como plataforma de la pastoral

Por Evangelizar hemos de entender el anuncio de la persona de Jesús y su mensaje del Reino como una buena noticia para los hombres de todos los tiempos. A este anuncio le llamaban los primeros misioneros Kerygma: “la certeza de que Dios resucitó a Jesús, que lo constituyó Señor y que el mensaje por él anunciado, la buena nueva del reino, tenía que ser llevado a toda criatura”. Este es el núcleo de la fe cristina. La evangelización implica además del contenido antes descrito un desarrollo pleno de tres fases: la acción misionera o kerygmática (entre los no creyentes), la acción catecumenal o didajé (entre los recién convertidos) y la acción pastoral o diakonía (con los fieles de la comunidad).

Estas fases las desarrolla en su carácter evangelizador tanto la parroquia, en su especificidad comunitario-parroquial, como el colegio confesional con su especificidad académico-educativa.

Esto significa que toda acción realizada en el colegio es, y debe ser, evangelizadora; es decir, que lleva inmerso en las opciones metodológicas, didácticas y pedagógicas; en su concepción antropológica y social; en la selección de la ética o ideario a seguir, etcétera, el mensaje de la persona de Jesús, la oferta del reino por él anunciado, así como los valores por él practicados y las opciones de vida que hizo.

No se trata, entonces, y como algunos piensan, por poner ejemplos burdos, que en cada clase de matemática o química el profesor tiene que hablar de cuestiones de fe, cuando esto sí compete a una asignatura específica. O que hay que hacer oración al iniciar cada acto programado, cuando existen actividades litúrgicas que ofrecerán el espacio para la intimidad con Dios. Se trata de algo mucho más serio y profundo.

Se trata de que cada miembro del equipo académico y administrativo, no importando su posición, sea “un agente de pastoral”; es decir, un evangelizado que ha comenzado un proceso de conversión al reino (metanoia) y adhesión a Jesús; un creyente que es testigo del resucitado y vive la nueva vida del resucitado; por lo tanto, evangeliza a través de sus actos y forma de vida. En otras palabras, así como en pedagogía y psicología se habla de que lo que “educa es el ambiente”, aquí decimos con toda propiedad que lo que “evangeliza, también, es el ambiente”.

Lo dicho hasta ahora nos lleva a comprender la pastoral ya no como meras actividades religiosas puestas en un calendario, sino como la actividad por excelencia, el motor que mueve e inspira todo el quehacer de la vida en el centro educativo.

Es en este punto donde dejamos de hablar de “la pastoral en el colegio” para comenzar a referirnos “al colegio en pastoral”. Es decir, comenzamos a entender la pastoral como la acción misma, como el espíritu que anima el cuerpo educativo. Ya no como acciones paralelas a la vida colegial.

Por lo tanto todos en el colegio “hacen” pastoral, todos son responsables de hacer del centro educativo, no uno más como los demás, sino un espacio evangelizado y evangelizador. Una alternativa educativa, verdaderamente cristiana frente al modelo imperante.

3. Cuestiones pendientes

Lo expuesto arriba nos deja algunos temas e ideas, que por motivos de espacio podemos dejar pendientes por ahora. Pero en las cuales podemos seguir pensando y dando vueltas…

¿Qué dificultades genera esta forma de comprensión de la pastoral en el colegio?
¿Cuánta disposición existe de parte de las autoridades del centro para ofrecer espacios evangelizadores al personal docente y administrativo?
¿Cuáles son los límites entre la parroquia y el colegio?
¿Cómo debe comprenderse la pastoral social en el colegio?

Y algo que particularmente me resuena… y creo que pronto escribiré: ¿Podemos entender la pastoral como Presencia?
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02 marzo 2011

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Pastoral Juvenil, el ser de sus agentes.

a. ¿De qué estamos hablando?

Cuando hablamos de las cuestiones que implican una pastoral juvenil se vienen a la mente muchas cosas: procesos de crecimiento, itinerarios formativos, programas de liderazgo, acompañamiento etc... Pero también deben aparecer en ese horizonte aquellos que hacen posible la acción de la iglesia dirigida al mundo de los jóvenes y su juventud. Nos referimos a los agentes: El animador y el asesor juvenil.

Para una explicación bastante bien elaborada del ser y hacer de estos dos agentes remito a la lectura del libro “Civilización del amor”. En él podrá encontrarse una hermosa catequesis de estos servidores de la comunidad.

En estas líneas pretendo “decir algo” sobre estos agentes, mas no pretendo simplemente “decir algo más”. Quiero compartir lo que en una ocasión un grupo jóvenes líderes, animadores de grupos juveniles, decían de sí mismos y de lo que esperaban de sus Asesores (“Acompañante adulto” de ahora en adelante).

b. Una aclaración

Antes de transmitir -espero que fielmente- lo que aquellos chicos y chicas expresaban, es bueno hacer una breve aclaración. Cuando hablamos de pastoral, en su acepción general, debemos entender que estamos hablando del “hacer” de la iglesia. Pero no es un hacer cualquiera. Es una praxis que brota de un “ser” que le antecede. Podemos decir con toda propiedad que el “ser” precede, determina el “hacer”. Por lo tanto, no existe una pastoral neutra. Toda pastoral es intencionada, direccionada por la comprensión que la iglesia tenga de sí.

No es de extrañar que cuando los obispos del mundo, convocados por el Papa Juan XXII, se reúnen para celebrar el Concilio Vaticano II la primera pregunta que se hagan es “¿Iglesia quién eres?” y que como resultado de esta reflexión nazca la Constitución Dogmática Lumen Gentium, que no es más que la nueva eclesiología, la nueva concepción que la iglesia universal hace de sí: “somos pueblo de Dios, sacramento de salvación”. Ya no más “una iglesia civilización perfecta, jerarquizada y servida de la humanidad”. Tenemos así el resumen de ese documento.

Una vez la iglesia se ha definido viene la siguiente pregunta “¿Iglesia cuál es tu rol en el mundo?” De esta nueva reflexión y teniendo como parangón lo dicho en la Lumen Gentium se obtiene como resultado el quizás más hermoso documento del Concilio: su Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”. Documento en el que se atreven a decir que “los gozos y las esperanzas, las alegrías y las angustias de los hombres son las mismas que de los hijos de la iglesia”. La iglesia comienza a comprender entonces que la única forma de ser verdadero pueblo de Dios y sacramento de la salvación es haciéndose “servidora de esa humanidad de la que no es ajena sino responsable y para la cual tiene una buena noticia”. Es decir: toda pastoral si quiere ser fiel en su actuar no debe olvidar quién y qué es.

c. El ser de los agentes

Volvamos entonces al tema que nos trae aquí. A los chicos y chicas de aquella reunión se les preguntaba: ¿Cómo se definirían así mismo y a sus acompañantes? (EL SER) Y ¿Cuáles deberían ser las tareas de ambos? (EL HACER). Me limitaré a enumerar lo que respondieron sólo a la primera pregunta, es decir: al ser de los agentes.

Sobre los animadores nos dicen:

Un animador de Pastoral juvenil es un joven responsable y organizado, interesado por su comunidad (miembros de su grupo). Es paciente, comprensivo, y con un profundo amor por Jesús.

De los Acompañantes nos dicen:

Un acompañante es: un adulto que es capaz de guiar no simplemente dirigir, ayuda al joven en su proceso de encuentro con Jesús. Sabe trabajar en equipo, escuchar, delegar y corregir, así como dar Valor a las ideas de los jóvenes.

Estas dos definiciones, no acabadas ni últimas, nos dan algunas luces para desprender, en reflexión ulterior, un adecuado hacer de los agentes. Veamos qué intuiciones podemos obtener de lo que jóvenes opinan.

Primero, el camino recorrido: del animador nos dicen que es un joven (iniciando un camino), del acompañante nos aclaran que es un adulto (un iniciado, alguien con cierta experiencia capaz de acompañar al nuevo caminante). El hecho de que comprendan el momento biológico como estado de madurez es muy iluminador.

Segundo, las características propias: ambos agentes poseen características particulares y propias que le dan la singularidad pertinente para realizar la tarea encomendada. Estas características bien comprendidas logran la complementariedad de los dos agentes. Logran la distribución de tareas en beneficio de la comunidad.

Tercero, el nivel del encuentro. Auque los dos siguen siendo discípulos y en constante encuentro con Jesús, del animador se dirá que posee un profundo amor por el Maestro de Galilea, amor que lo llevará a buscar las maneras pedagógicas y didácticas para colaborar a que sus pares, en el momento de reunión, también amen a Jesús. Y del Acompañante, se dice que tendrá que ayudar a los jóvenes en sus procesos personales de seguimiento. Itinerario personalizado que ya no se da en la dimensión grupal sino en la de la camino particular.

d. Concluyamos.

Creo que estamos en tiempos donde hay que devolverle la voz a los jóvenes con los que hacemos camino. Dejarnos interpelar por ellos, ser sensibles a “sus gritos” muchas veces angustiados, e interpretar los signos que nos dan en su forma de ser, de vestir de expresarse. Seamos junto con ellos iglesia, comunidad de hermanos.

En esta reflexión he querido ser fiel a esa convicción y compartir lo que ellos a su vez me compartieron.
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